¿Puedes mirar en cualquier dirección sin contemplar una? Colocada encima de una capilla. Esculpida en una lápida mortuoria en un cementerio. Grabada en un anillo o colgada de una cadena. La cruz es el símbolo universal de la cristiandad. Una selección algo rara, ¿no crees? Es extraño que un instrumento de tortura haya llegado a representar un movimiento de esperanza.
¿Llevarías una pequeña silla eléctrica pendiendo de tu cuello? ¿O colocarías una soga para ahorcar en tu pared? ¿Imprimirías en tu tarjeta de negocios la fotografía de un pelotón listo para fusilar un reo en el paredón? No obstante, esto es lo que hacemos con la cruz.
¿Por qué es que la cruz es el símbolo de nuestra fe? Para encontrar la respuesta, no tienes que mirar más allá de la misma cruz. Su diseño no podría ser más simple. Una viga horizontal, la otra vertical. Una se extiende al lado—como el amor de Dios. La otra se extiende hacia arriba —así como hace la santidad de Dios. Una representa la anchura de su amor; la otra simboliza la altura de su santidad. La cruz es donde se intersecan las dos. La cruz es el lugar donde Dios perdonó a sus hijos sin disminuir sus demandas.
¿Cómo pudo hacer esto? En pocos palabras: Dios puso nuestro pecado sobre su Hijo y allí lo castigó.
“Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:21).
O como se dijo en otro lugar: “¡Cristo nunca pecó! Pero Dios lo trató como si fuera pecador, para que Cristo pudiera hacernos aceptables a Dios”.
Visualiza el momento. Dios está sentado en su trono. Tú estás sobre la tierra. Y entre tú y Dios, suspendido entre tú y el cielo, está Cristo sobre su cruz. Tus pecados han sido puestos sobre Jesús. Dios, quien castiga el pecado, descarga su ira justa sobre tus transgresiones. Cristo recibe el golpe. Puesto que Cristo está entre tú y Dios, tú no lo recibes. El pecado ha sido castigado, pero tú estás seguro—seguro en la sombra de la cruz.
Esto es lo que Dios hizo, pero ¿Por qué? ¿Por qué lo haría? ¿Deber moral? ¿Obligación celestial? ¿Requisito paternal? No. A Dios no se le puede exigir que haga cosa alguna.
Además, considera lo que hizo. Especialmente por ti dio a su Hijo. Su Hijo único. ¿Tú harías eso? ¿Ofrecerías la vida de tu hijo por otra persona? Yo no lo haría. Hay algunas por quiénes daría mi vida. Pero pídeme que haga una lista de las personas por las cuales sacrificaría a mi hija y la hoja quedará en blanco. No necesito lápiz. La lista no tiene nombre alguno.
Pero la lista elaborada por Dios contiene el nombre de toda persona que haya vivido. Porque éste es el alcance de su amor. Y ésta es la razón de la cruz. Él ama al mundo.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).
Tan audazmente como la viga vertical proclama la santidad de Dios, la viga transversal declara su amor. Y, ¡cuán ancho es el alcance de su amor!
Seguro que estás contento porque el versículo no reza:
“Porque tanto amó Dios al rico…”
O, “Porque tanto amó Dios al famoso...”
O, “Porque tanto amó Dios al delgado...”.
No lo hace. Tampoco declara, “Porque tanto amó Dios a los europeos o africanos...” “los sobrios o exitosos...” “los jóvenes o los ancianos...”.
¡No! Cuando leemos Juan 3:16, leemos simplemente (y con contentamiento), “Porque tanto amó Dios al mundo”.
¿Qué tan ancho es el amor de Dios? Lo suficientemente ancho para abarcar el mundo entero. ¿Tú te encuentras entre los del mundo? Entonces el amor de Dios te alcanza. El amor de Dios es especialmente por ti.
Es bueno sentirse aceptado. No siempre es así. Las universidades te excluyen si no eres lo suficientemente inteligente. Los negocios te excluyen si no eres competente y, lastimosamente, algunas iglesias te excluyen si no eres lo suficientemente bueno.
Pero, aunque ellas te excluyan, Cristo te acepta. Cuando a él le pidieron describir la anchura de su amor, él extendió una mano a la derecha y la otra a la izquierda para que las clavaran en esa posición para que tú supieras que murió amándote.
Pero, ¿es que no hay límite? Seguro que ese amor tiene un límite. Tú lo pensarías, ¿no? Pero el adúltero Rey David nunca lo encontró. El apóstol Pablo el asesino nunca lo encontró. El apóstol Pedro el mentiroso nunca lo encontró. Cuando se trata de la vida, todos ellos llegaron a lo más bajo. Pero cuando se trata del amor de Dios, ellos nunca encontraron su límite.
Ellos, igual que tú, encontraron sus nombres en la lista de los que Dios ama.
—Max Lucado
Porque Dios te ama, te invita a gozar de la vida eterna con él en el cielo. Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida .... Nadie llega al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Jesús hizo posible que aceptáramos la invitación divina, y lo hizo especialmente por ti. Acepta tú la invitación de Dios para que creas Jesús recibió el castigo por tu pecado a través de su muerte en la cruz. Confiesa que has pecado y pídele que te perdone. Invítale que entre en tu vida y pide la ayuda divina para abandonar tu pecado. Puedes orar algo como lo siguiente:
“Amado Dios, confieso que soy pecador y que necesito tu perdón. Gracias por enviar a Jesús para sufrir el castigo que mi pecado merece. Por favor, entra en mi vida y ayúdame a vivir una vida que te agrade. Amén”.
Si acabas de aceptar la invitación que Dios te hace, escribe tu nombre en el espacio abajo como testimonio de tu decisión. Luego escríbenos y te mandaremos literatura gratuita que te ayudará a crecer en tu nueva vida con Cristo.